
Llevaba mucho tiempo con ganas de poner en nuestra casa una bandera del orgullo LGBT y hace unas semanas lo logré. La encontré en una tienda, la compré y llegué a mi casa con toda la ilusión de ponerla a decorar la terraza. Pero, para mi sorpresa, desde que lo hice, cuando vienen personas a visitarnos lo ven con extrañeza y preguntan con tono divertido o cara prevenida cosas como: «¿por qué tienen esa bandera ahí?» o «¿y eso?», como esperando a escuchar alguna verdad reveladora o una noticia inesperada por parte de alguno o ambos de nosotros.
Más o menos por la misma época en que clavé mi anhelada bandera, en un evento social, uno de los personajes presentes hizo un comentario (en mi opinión bastante sexista) que se refería a relacionar actividades de cocina con el género femenino. Y yo, que tengo que mejorar eso de decir lo que pienso sobre algunos temas y sin medir mucho el nivel de conciencia o educación de quien tengo al frente, le hice con humor y una sonrisa (porque no me gusta satanizar ni generar conflicto) una expresión de tipo «¿estás hablando en serio?». El hombre, que no era la primera vez que se encontraba con mi cara de sorpresa ante uno de sus arraigados comentarios, empezó por justificarse y procedió a preguntarme con cierto tono de burla y señalamiento: «ah, pero vos tenés que tener algún trauma, a vos te tuvo que pasar algo…» seguido por una que otra tontería más que ya no recuerdo bien.
En ambos casos mi deducción es que se suele pensar que solo defendemos lo que nos toca, lo que nos ha hecho mal, lo que nos ha causado dolor o ha lastimado de alguna manera nuestra vida o la de alguna persona cercana; y lo que no, es «indefendible». Conozco personas homosexuales y, aunque no tengo la suficiente fortuna de tener alguna en mis círculos más íntimos, me duele su discriminación y su no aceptación. Me duele el pecho, literalmente, cada vez que escucho un testimonio de rechazo por el simple hecho de no pertenecer a lo que erróneamente nos enseñan a ver como «normal». Jamás he sufrido maltrato de género, pero siento mucha empatía por el dolor que sufre una persona (hombre o mujer) por cuenta de los estereotipos que están causando tantas muertes, tantas depresiones y tantos suicidios en el mundo todos los días.
Lo que queremos hacerles es una invitación. La invitación a comprender que justamente quienes no hemos sufrido la discriminación en primera persona, tenemos el maravilloso y más grande poder de dar ejemplo diciéndole al mundo que no tenemos que ser víctimas de algo para abrir los ojos y defender a quienes sí, para rechazar que se siga cometiendo y, sobre todo, para hacer cosas para demostrar que su opuesto es la única opción humana. Que no tuvimos que sufrir de abuso sexual infantil para repugnar que se haga ese daño a un niño. Que no hace falta ser transexuales para comprender lo que una persona puede sentir ante el rechazo social por ejercer su libertad de ser lo que es. Que no necesitamos un color de piel diferente al otro para considerar que quien lo tiene es igual a nosotros y tiene nuestros mismos derechos. Que no solo debemos luchar solo por no acosar ni dejarnos acosar, sino por contribuir a formar una personalidad que tome acción y no se quede indiferente.
En nuestro hogar defendemos lo que la consciencia y nuestra educación nos han llevado a comprender. Defendemos lo que aún para muchos es «indefendible». Lo defendemos nos toque o no, nos critiquen o no, nos juzguen o no, nos estereotipen o no. Los invitamos a hacerlo también.
Gracias por leerme.

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